La historia y la industria del tabaco han recorrido un largo y sinuoso camino, desde el consumo ritual de los pueblos indígenas americanos a las más feroces batallas financieras de consorcios trasnacionales por controlar la producción y comercialización de la hoja del tabaco.
En las sociedades prehispánicas mesoamericanas el uso del tabaco formó parte de la vida; el consumo de la hoja, al igual que el de los psicotrópicos, estuvieron acotados por prácticas rituales, sociales y culturales, por lo que su utilización tenía un sentido específico, el cual fue trastocado con la llegada de los españoles, quiénes desde su particular perspectiva cultural consideraron al tabaco, en primer lugar, como un producto más para satisfacer el placer de sus sentidos y en segundo como una panacea medicinal.
El tabaco americano entró en contacto con los europeos por primera vez cuando Cristóbal Colón llegó a la isla de San Salvador. En Cuba, Rodrigo de Jerez y Luis Torres informaron que habían visto por primera vez a unos indígenas fumándolo en forma de cigarro.
Los siglos XVII y XVIII son considerados el periodo de auge del consumo del tabaco en Europa. Este producto fue usado para curar numerosas enfermedades: catarro, dolor de muelas, reumatismo, indigestión, envenenamiento de sangre, hidrofobia y otras más. La nobleza europea, en particular la francesa (que se vanagloriaba de fijar la moda en las cortes europeas de esos siglos), gustaba de consumirlo en forma de rapé.
La Real Fábrica de Tabacos de Sevilla (Andalucía, España) fue la sede de la primera fábrica de tabacos establecida en Europa. Es el edificio industrial más importante de España del siglo XVIII, algo que no es casual, ya que la ciudad ostentaba el monopolio del comercio con América.
A comienzos de la edad moderna, cuando los europeos se estrenaban como fumadores, nadie imaginó que aquel producto que llegaba de la lejana América sería una de las principales amenazas para la salud pública que ha tenido que afrontar el mundo. Por aquel entonces, el consumo de tabaco era sinónimo de distinción y sólo alcanzable para determinadas clases sociales, por lo que nadie podía imaginar que aquello fuera algo malo para el organismo.
En 1565, el médico sevillano Nicolás Monardes publicó Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, en la que describe la planta del tabaco, el uso que hacían de la misma los indígenas americanos y sus empleos terapéuticos.
En 1560 Jean Nicot de Villemain, siendo embajador francés en Lisboa, envió a Francia la planta del tabaco, a la que atribuía virtudes medicinales. Introdujo el tabaco en polvo para esnifar en la corte francesa y propuso a la reina madre, Catalina de Médici, el empleo de las hojas de tabaco para curar su migraña. Su planta tuvo un éxito inmediato y Nicot se convirtió en una celebridad.
Entre 1573 y 1577, el médico y botánico español Francisco Hernández de Toledo, fue elegido por la corona española para dirigir una expedición científica a América que plasmó su trabajo en Historia natural de la Nueva España donde aparecen las primeras descripciones sobre el tabaco y sus propiedades:»las hojas puestas a secar, envueltas luego en forma de tubo e introducidas en cañutos o en canales de papel, encendidas por un lado, aplicadas por el otro a la boca o a la nariz, y aspirando el humo con boca y nariz cerradas para que penetre el vapor hasta el pecho, provocan admirablemente la expectoración, alivian el asma como por milagro, la respiración difícil y las molestias consiguientes». Y más adelante: «… El polvo de las hojas, aspirado y tomado por la nariz, hace que no se sientan los azotes ni los suplicios de cualquier género, incrementa el vigor y fortalece el ánimo para sobrellevar los trabajos… Pero los que toman la corteza en cantidad de lo que cabe en una cáscara de nuez, se embriagan de tal modo que caen de inmediato inconscientes y medio muertos. Los que recurren al auxilio del tabaco con más frecuencia de la que conviene se ponen descoloridos, con la lengua sucia y la garganta palpitante, sufren ardor del hígado y mueren al fin por caquexia e hidropesía; mas los que lo usan moderadamente suelen liberarse de otras muchas molestias…».
En una publicación del siglo XVII que ha perdurado hasta nuestros días y que podemos localizar en el Arxiu Nacional de Catalunya, el médico italiano Massimiano Zavona atribuyó al producto “de las Indias” la solución a enfermedades como la artritis o la pleuritis, así como insinuaba efectos de relajación y era considerado beneficioso para la mente, entre otros aspectos.
Aunque eran conscientes de que el exceso de tabaco era malo, la medicina creía que fumar con moderación podía “curar un infinito número de males que molestan al hombre”, según reza en la misma portada.
El consumo de tabaco pasó por diferentes etapas, en las cuales su forma de uso fue variando (pipa, rapé, puros y cigarrillos), y los supuestos poderes medicinales del tabaco y la nicotina se incluyeron en la mayoría de las farmacopeas europeas y americanas (listas oficiales de medicamentos aprobados) hasta el siglo XX, cuando se eliminó la nicotina de la farmacopea estadounidense. Hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX, numerosas compañías anunciaron cigarrillos medicinales. Algunos de estos cigarrillos medicinales contenían tabaco, mientras que otros no. Los que se usan para tratar el asma, los cigarrillos para el asma, se vendieron hasta bien entrado la segunda mitad del siglo XX.